martes, 2 de octubre de 2012

Perdida en esas calles de Granada con él.

Supongo que esta entrada será la más larga de todas, pero creo que debería resumir un poco mi paso por Granada, mi pequeña Granada.

Llegué el viernes 21 de septiembre. Un día soleado, y con alguien especial a mi lado. Aitor decidió acompañarme en este viaje tan esperado. Tras ordenar todo, mis padres decidieron irse. La verdad es que lo agradecí, tenía muchas ganas de empezar mi vida nueva. Nos quedamos solos mi chico y yo, y mi compañero de piso, David. Cenamos y nos acostamos, estabamos muertos. Las sábanas se llenaron de un miedo extraño, sentía como si mi vida estuviera a punto de cambiar y aún no me hiciera el cuerpo para ello. Esa mañana me levanté un poco desorientada, había dormido fatal, la cama de aquí es horrible.
Mi cuerpo aún se estaba acomodando a la luz de sol que entraba por la ventana. Me giré y ahí estaba él, mi mundo con su cuerpo relajado, descansando.
Sin más dilaciones, decidimos vestirnos y patearnos el centro. Anduvimos por esas calles que me llevan al borde de la locura, pude notar como se dibujaba una sonrisa en mi rostro, pude oler ese olor tan característico de Granada, mi Granada, mi sueño, mi pasión, mi todo.
Decidimos comprar algo de té, yo no podía ser más feliz, era como una niña chica con un caramelo.

Adoro Granada, la adoro.

Mientras vlogeabamos, mi chico y yo decidimos volver a casa, a mi casa, mi nuevo hogar. Esta vez, se prestó a hacer la cena, yo entusiasmada, observé como sus manos iban de un lado a otro, haciendo esa pasta tan rica. Estaba buenísima, me encantó. Yo estaba algo seria, no quería separarme de él y cada vez me iba haciendo más el cuerpo de lo que se avecinaba, nuestra separación "física".
Esa noche fue mágica, decidí vestirme con mis mejores galas para sorprenderlo. Entre besos y caricias, cerramos los ojos a ese último día... pero no fue así, esa mañana nos levantamos como un día normal. Decidimos llamar a unos amigos que estaban por aquí, y dar una vuelta. Copas de martini rondaban por mi habitación, risas y más risas. Ganas de vivir. Lo peor fue cuando Aitor recibió un mensaje en el que se podía leer "Admitido en Cádiz" mi corazón se me hizo añicos en ese momento, mientras que él gritaba de alegría yo me moría por dentro. Él había conseguido su sueño, yo no.
Esa noche, no pude evitar llorar en la cama, demasiadas emociones juntas, me sentía sola, me sentía perdida y con mucho miedo a entrar en la universidad. Lloraba por el anhelo de mi hermana, de nuestras risas en conjunto, de la pesada de mi madre y el serio de mi padre, los echaba de menos, los quería, los necesitaba, quería estar con ellos, gritar que no estaba preparada para vivir sola. Lágrimas calleron durante toda la noche mojando mi almohada. Tenía mucho miedo, demasiado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores